Lisbeth Lima Hechavarría: “Mi vida sin la literatura sería inconcebible”
- Diego Maenza
- 2 mar 2021
- 12 Min. de lectura
Lisbeth Lima Hechavarría (Santiago de Cuba, 1995) es Licenciada en Biología y Especialista en Antropología Física. Es también egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en 2014. Parte de su trabajo ha sido traducido al alemán, francés y polaco, y publicado en varias antologías dentro y fuera de Cuba, así como en más de quince revistas literarias, y forma parte del catálogo de la editorial PODIUM en Viena y de Letra Latina en Colombia. En 2021 la editorial Primigenios de Estados Unidos ha publicado su libro de cuentos Rostros. En la actualidad se desempeña como editora de la Editorial Santuario en República Dominicana.
A finales de febrero tuve oportunidad de contactar a la autora y mantener esta profunda conversación. Bienvenidos.

¿Cuándo y de qué manera llegaste a la escritura?
Desde pequeña mi vida estuvo relacionada a la literatura. Aprendí a leer a muy temprana edad. Incluso antes, mis padres, sobre todo mi papá, me leía los cuentos de Aladino y del libro Había una vez, en ediciones ilustradas, preciosas, que él mismo me regaló, y yo repetía y repetía las oraciones hasta que me las aprendía de memoria. Luego simulaba frente a los adultos que leía los cuentos. Mi padre se vanagloriaba de aquello y me llevaba con sus amigos para que vieran cómo era capaz de aprenderme aquellas historias tan largas.
Así fui descubriendo a Han Christian Andersen, Los Hermanos Grim, Antoine de Saint Exupery, que recuerdo a mi madre llegar con El Principito a casa luego de pasar por la Feria del Libro. Es la misma edición que guardo hasta hoy y que de vez en cuando releo. Ahora ansío el momento en que mi niño lo descubra. También me regaló siendo muy pequeña una de las primeras ediciones de La edad de oro, de nuestro apóstol José Martí, lectura para todos los tiempos, joya de nuestra América que vine a leer ya de mayor, cuando realmente comprendí el significado de Martí más allá del mártir y del dogmatismo de la enseñanza escolar. Unos años más tarde, ya en secundaria, descubrí Corazón, de Edmundo de Amicis, Ana Frank, El chico del piyama de rayas, las Fábulas de Samaniego entre otros clásicos y algunos no tan clásicos que me hicieron cerciorarme de que ya mi vida sin la literatura sería inconcebible.
A la escritura, como es de imaginar tal vez, también llegué pronto. La rutina de hacer diarios me fue preparando para el oficio. Desde los diez años, motivada por una película, me di a la tarea de comenzar a narrar todo cuanto me pasaba, a mí y a otros y se convirtió en una vía de escape, en un respiradero de vida. Formar parte de pronto de una familia disfuncional pudo ser también, de alguna forma, el motor impulsor hacia la escritura, modo en el que dejaba escapar mi verdadero yo y liberaba mis frustraciones. A los catorce años comencé mi primera obra de ficción. Una noveleta fantástica donde narraba la vida de una adolescente que odiaba su familia y escapaba a otro mundo en los brazos de un vampiro. Por aquellos tiempos escribía a mano, llené dos libretas con esa historia. Algunos de mis compañeros de clase me esperaban cada día para leer lo último que había escrito de Alexa, así se llama la obra.
¿Cómo definirías tu literatura?
Creo que esta es una pregunta ante la cual no sé bien qué responder. No le toca a uno, como escritor, definir su obra, no obstante algo podría mencionar: el realismo, al filo del realismo sucio, es mi zona de confort al escribir, de eso no tengo la menor duda. Mi reciente primer libro publicado: Rostros (Editorial Primigenios, EE.UU, 2021) y De amor y otras aberraciones, el cual pronto será mi segundo libro publicado bajo el sello Letra Latina (México, Colombia y Argentina) son el ejemplo claro ante lo que digo. Son el resultado de una fase escritural que ahora mismo he de alguna forma cerrado para dar paso a explorar otros temas un tanto más profundos, que requieren de estudio e investigación. También para experimentar en otros géneros como el surrealismo, que someramente he rozado en algunas de mis historias y la literatura infanto-juvenil en la cual ya he incursionado antes y me hace sentir a gusto trabajar para niños.
Es una asignatura pendiente géneros como el teatro y la poesía. Con el teatro tal vez lo tenga más claro, la poesía no es algo que se aprenda, simplemente se es o no se es poeta. Y en mi caso puedo recrearme en la narrativa, logro el ensayo, la reseña, roso la crítica, y la investigación la desarrollo debido a mi otra profesión, pero la poesía siempre me ha costado… No sé, tal vez un día si me lo propongo llegue a conseguirlo.
Y resumiendo, siento que mi literatura hasta ahora es de alguna forma el espejo de una sociedad, el espejo de nosotros mismos, porque la intimidad que emana ruboriza a algunos lectores, motiva a otros, genera prejuicios, hasta disgustos, pero a fin de cuentas interactúa con el lector/espectador, quienes bien asumen el verse identificados o simplemente cierran el libro y rehúsan aceptarse. Siento que hay dos tipos de literatura: esa con la que conectas y con la que no, y ante esa premisa debe un escritor establecer su máxima al escribir. Existe siempre un poco de polémica con respecto a lo que algunos definen: se escribe para uno mismo, para liberar los demonios, a modo de escape, o se escribe con otra intencionalidad, la de reflejar al lector, la de hacerlos empáticos con las historias, la de desatar sus bestias y hacerles partícipes de su sociedad más allá de vivirla mecánicamente día a día, y esa es la que pretendo siempre. Que alguien más venga y te cuente tu vida a través de las páginas de un libro puede marcar un antes y un después, puede llegar a hacer que entiendas cosas que antes te era imposible ver, es como si salieras de tu propio cuerpo y comenzaras a observarte desde fuera, en otra dimensión.
Creo que subconscientemente siempre pienso en el lector, en lo que generará emocionalmente mi obra en ellos, es el modo de retroalimentación imaginaria que desarrollo mientras escribo y eso define mi literatura.
Tus relatos desbordan una carga erótica con un lenguaje muy directo, en ocasiones muy crudo y con escenas fuertes. ¿Qué paradigmas o estereotipos buscas romper con tu escritura?
La verdad es que en un inicio no buscaba romper ningún paradigma ni estereotipos, apenas tenía conciencia de que con ello resquebrajaba esos conceptos. Como mencionaba anteriormente, comencé a escribir con catorce años. Este tipo de narrativa la desarrollé sobre los dieciocho, una vez egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso (2014) donde logré escribir mi primer cuento: Zona inexplorada. La narrativa extensa se me daba mejor, por ello comencé con las novelas, de hecho, entré a la Onelio con un fragmento de una (Reencontrándome) cuando por lo general se concursa con tres relatos, pero la cuentística era algo para lo cual no iba a estar preparada antes sin las técnicas necesarias que allí aprendí. Acortar las ideas no se me daba bien, incluso aún todavía me cuesta. Con Zona inexplorada desaté estas temáticas marcadas por el realismo y de a poco, influenciada por exponentes del género en mi país, literatura que consumía mucho por aquella época: Anna Lidia Vega Serova, Pedro Juan Gutiérrez, Ena Lucía Portela, María Liliana Celorrio, entre otros, encontré la que fuera mi voz por unos años.
El erotismo, el sexo, la miseria, la necesidad, la prostitución; personajes del día a día, con vidas caóticas, rutinarias, sin héroes ni finales felices, más bien podría decir que casi sin finales, pues por lo general es una tendencia en mis obras el dejar los relatos abiertos como para dar la sensación de continuidad, porque así es la vida misma, no se detiene por más que desees no despertar para seguir viviendo el suplicio diario; son las temáticas que más he explotado en mi literatura. También me gusta sonsacar conflictos internos en los personajes, hacerlos reflexionar constantemente sobre la marcha de la historia. Tensarlos, ponerlos en situaciones incómodas, difíciles de afrontar y desafiarlos a su realidad. Siento que el lector agradece eso. Es una especie de experimento ante su propio yo y evalúan de cuánto son capaces o de cuánto no, y en caso de que no se atrevan a hacer cosas como esas, pues de alguna forma están experimentando la sensación a través de mis personajes.
Debo admitir que soy una mujer sin prejuicios, o con muy pocos para no sonar absoluta. Ver en el sexo un tema tabú ya es prehistoria, los tiempos que corren son grotescos y es preferible siempre hacer el amor y no la guerra. Desgraciadamente ambas cosas son propias de nuestra naturaleza más intrínseca, en mi caso siempre preferiré dar más sexo que muerte y desgracia, ya de eso tenemos suficiente. Escenas crudas y fuertes —me dices— para mí son simplemente escenas, como tantas otras, lo demás son ideas preconcebidas y estereotipadas.
Has publicado en antologías y revista de Austria, Venezuela, Francia, España, Polonia, Estados Unidos, México, Colombia, y Argentina. ¿Qué tan importante consideras este tipo de difusión en el marco de tus expectativas como escritora?
Es vital. La promoción que se logra al publicar en otros horizontes te remonta, con la sistematicidad y la constancia, claro está, a un referente dentro de tu generación, meta que, por supuesto aún no he alcanzado, de hecho, ni siquiera es una meta; no te negaré que me gustaría el día de mañana saberme referenciada al hablar de la narrativa en la primera mitad del siglo XXI en Cuba, pero no es ahora mismo una presión bajo la cual trabaje. Lo cierto es que la visibilidad es importante en la carrera de cualquier artista, en mi caso no suelo separar a los escritores de esa categoría, puesto a que la escritura también es arte, no sé por qué razón suelen mencionarlas por separado, pero bueno, esa falacia de algunos al decir que no les interesa ser reconocidos y que escriben para sí mismos no para los lectores etc., no es más que el escudo antes no alcanzar el éxito y ver su carrera rozar la mediocridad. Pienso que para todo el que escribe, el que su obra sea reconocida, mencionada, leída es lo que concluye el trabajo, escribirla y publicarla es la fase uno de ese resultado, solo puede concluir cuando llegue a mano de los lectores, los críticos, al público en general, ahí habrá alcanzado su objetivo, y para eso se torna imprescindible una promoción adecuada, con una estrategia coherente que permita a ese producto llegar a la mayor cantidad de personas posible.
Publicar en esos otros países, mucho más de lo que he logrado publicar en Cuba, ha sido siempre una experiencia grata. Interactuar incluso con lectores de habla no hispana y que me compartan sus emociones al leerme nutre, retroalimenta muchísimo, pues la cotidianeidad de mis personajes en las obras es comprensible en un plano más continental, incluso más regional pudiera decir, ya una vez fuera de esa geografía, en Polonia, en Austria, por ejemplo, se descontextualiza y cuesta un poco más entender. No son historias precisamente cosmopolitas, por ello el mérito lo siento doble al lograr llegar a esos lectores.
Pero ya siento una necesidad imperante de publicar en mi país. Lograr compartir en el gremio con productos cosechados en mi tierra, publicar en las editoriales de Cuba y gozar del privilegio de saberme algún día en el catálogo de Letras Cubanas, Editorial Abril, Ediciones La luz etc.

También te has desempeñado como editora. Háblanos de esta faceta.
Esta realmente es una faceta nueva. En el plano del oficio como editora siento que aún hay un largo camino por recorrer. Uno va aprendiendo sobre la marcha, editando sus propias obras, las obras de los colegas, pero dedicarse a eso de a lleno es una tarea ardua. Siempre el editor será como el héroe incógnito, el rostro bajo la máscara, por llamarlo de alguna forma. La propuesta de integrar el colectivo de la Editorial Santuario en República Dominicana me llegó de forma abrupta, completamente inesperada. Mandé una obra, gustó, me preguntaron por la corrección y estilo, revisaron links de mis trabajos, una serie de preguntas y me propusieron el puesto. Me mandaron unas obras muy muy malas para que editara las primeras tres páginas y emitiera un dictamen. Quise ser lo menos brusca posible y hacerme creer hasta a mí misma que podría salvar aquellas novelitas rosas, pero tal vez no fui lo suficientemente convincente. Es posible que lo que tecleaba mientras hacía el dictamen no fuese precisamente lo que por consideración a aquellas 182 páginas quería expresar, ahí estuvo mi subconsciente sin dejarse doblegar haciendo de las suyas. No obstante, he logrado luego editar obras que gozaron de más coherencia y la satisfacción ha sido inmensa. Pero sin dudas lo mejor de esta faena es lo mucho que se aprende en el camino. Ayuda a ver con otros ojos nuestros propios materiales, emitir un criterio omnisciente, perfeccionar el estilo, limpiar de forma más precisa el texto y sobre todo nos ayuda a desprendernos de esas partes a las que tememos meter tijera siempre, pues se aprende a reconocer cuando hay hilos sueltos en la obra de los cuales hay que deshacerse sin piedad.
¿Qué opinión tienes de la literatura que se genera dentro de Cuba?
La literatura de mis coterráneos es inmensa, ¿qué otra cosa podría decir? Cuba pare cada año poetas, sobre todo poetas, que bastan dos versos para tragarse el mundo. Siento que vivo en una Isla de poetas, poetas muertos, poetas vivos, poetas zombis, poetas en todas sus versiones. También sobreviven narradores a la altura de esos poetas, nos vamos sumando de dos en dos para llegarle al verso, pero siempre está el que llega sin tener que empinarse mucho. Yo vivo feliz con la literatura cubana. Hay quienes dicen que ya no se leen buenas cosas últimamente, yo la verdad pienso todo lo contrario. Me da mucha alegría cada vez que me topo con una nueva voz llena de fuerza. Incluso voces muy jóvenes que se empinan con la fuerza de un cometa, eso me hace feliz. Esos niños son niños que leen.
¿Cómo ves el panorama literario de los escritores cubanos que producen fuera de la isla?
Ese panorama va cada vez mejor. Así de simple. Estamos buscando alternativas reales. Acercándonos al desarrollo tecnológico, viendo nuestras obras a la venta en Amazon promocionándose hacia otros horizontes, traducidas a otros idiomas, sobre todo la de los más jóvenes, a los cuales nos ha tocado lidiar con escaseces profundas y entendemos cuáles son las prioridades, así que solo nos queda tantear soluciones, y eso hacemos. Más sé que al final todos anhelamos lo mismo, cuando la crisis del papel y las veinte mil otras letras pasen, seremos parte de ese colchón editorial publicable en la Isla, tenemos fe.

Nómbrame autoras y escritores que hayan influenciado tu literatura.
Hace unas tres preguntas más arriba mencionaba algunos cercanos a mi generación en el contexto nacional, pero no puedo cerrar esta respuesta sin antes mencionar a José Soler Puig, santiaguero de pura cepa como yo, uno de los que se estudia en clases de literatura y que nunca incumplió a mis expectativas. Debo confesar algo que siempre menciono cuando me hacen esta pregunta: “los clásicos no suelen ser mi referencia”. De hecho, habrá unos cuantos que nunca me haya leído, tal vez no he sentido la necesidad. Estudiar en la Onelio y leer Desafíos de la Ficción, de Eduardo Heras León te pasea por todos esos grandes de la literatura universal y de algún modo te vas llevando la esencia de cada uno. A algunos ya los conocía, otros los descubrí en ese viaje y fui buscándolos de a poco, pero me despojé de unos cuantos en el camino. Contrario a lo que muchos piensan, no creo que sea imprescindible para este oficio haberte leído a todos, basta con ir descubriendo lo que en cada momento te exija el crecer dentro de este mundo. Tal vez más adelante me sienta en deuda y busque la forma de reconciliarme con Gabriel García Márquez, que siempre bromeo diciendo que es un intenticidio leerlo, quizás termine Rayuela un día, me lea por tercera vez El Quijote, las sagas de las hermanas Brontë y así, ahora pudiera ir mencionando a quienes sí han influenciado de alguna forma mi formación e iré de lo más clásico a lo más contemporáneo y de un género a otro sin ton ni son porque detesto los esquematismos y el postureo, y comenzaré por Clarice Lispector, Borges, Barbara Wood, Bukowski, Daniel Chavarría, Juan Rulfo, Jane Austin, Carlos Frabetti, Alejo Carpentier, Poe, Kafka, como no mencionarlo, entre otros que me place volver a sus páginas de vez en cuando.
¿Qué libros estás leyendo en la actualidad?
Unos cuantos, algunos materiales de estudio propios de mi especialidad (Antropología Física), releo Música de cañerías, de Charles Bokowski y los cuentos completos de Clarice Lispector. De vez en cuando avanzo en la culminación de Madame Bovary y en Orgullo y prejuicio, esta última cada cierto tiempo me gusta volver a ojearla, encuentro cierta paz en la literatura de esa época.
¿Qué proyectos literarios creativos mantienes? ¿En qué estás trabajando en estos momentos?
Trabajo en dos proyectos de libro, que como ya mencionaba al inicio de la entrevista, no tienen mucho que ver con este libro inicial Rostros, es el caso de un compendio de cuentos que posiblemente lleve el título de su primera obra: Cifras, sobre historias de vida y muerte en varias partes del mundo durante tantos meses de pandemia; también está en proceso creativo un proyecto de cuentos que hacen alusión a enfermedades mentales raras que tentativamente puede llamarse Ne(ce)sidades, nombre del segundo relato. Estoy terminando de editar ahora el que sería mi cuarto libro: Bestias Interiores, para enviarlo a alguna editorial y espero respuesta del tercero: Matices de Vida que mandé a evaluación a una en México, ojalá y sea positivo el dictamen. Mientras tanto sigo en tarea de divulgación y promoción de Rostros, y continúo a la espera impaciente de que salga ya al mercado De amor y otras aberraciones bajo el sello editorial Letra Latina.
Ha sido un gusto, Lisbeth, muchas gracias por tu tiempo.
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