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La rebelión de los bichos

El escarabajo ha sido un numen sagrado en diferentes culturas. Es legendaria la relación de protección que le atribuían los creyentes del antiguo Egipto, a tal punto que guardaban la tradición de que sus amuletos con la imagen del insecto, tallados en basalto negro o jade, los acompañaran en el viaje hacia el más allá. En el sincretismo copto se continuó propalando su culto al identificar al mesías judeocristiano como el Buen Escarabajo. Los beduinos lo adoraron bajo el calor del desierto; los incas, como alimento sagrado (consumían el catzo, un escarabajo blanco). Frazer, en su revelador libro La rama dorada, destaca la importancia espiritual de este coleóptero en las invocaciones mágicas o en su asimilación para los rituales totémicos.

Qué tiene que ver la literatura con el carácter numinoso que se le ha concedido a un insecto, me preguntará el más atento. Pues nada. O quizá todo, teniendo en cuenta que la novela de la que hablaremos tiene como protagonistas a estos enigmáticos bichos.

Leonardo Valencia es autor de obras tan extensas como complejas; novelas como El desterrado y El libro flotante de Caytran Dölphin retratan las experiencias de seres que erran entre el viejo y el nuevo continente, y al igual que los personajes de Broch chocan con los cambios de inicio y fin de siglo, con aquello que Houellebecq ha llamado mutaciones metafísicas de la historia, entendidas como cambios antropológicos trascendentes: los personajes de Broch enfrentados a una modificación social y psicológica en la cual los antiguos valores fenecen y son reemplazados; los personajes de Valencia desorientados en la necesidad de asimilar los nuevos lenguajes y códigos culturales de interacción, inmiscuidos en el tránsito vertiginoso hacia una modernidad global.

La luna nómada es una tentativa mucho más arriesgada, un libro de cuentos que evoluciona, una escritura progresiva producto de un permanente control de incremento y depuración de sus historias (cada edición nos llega mejorada en su amplitud estilística), al valerse de un procedimiento que coloca al autor a la vanguardia de las letras.

En Kazbek, novela elegante y erudita, la armonía del arte de Valencia se conjuga con una propuesta sutil: ilustraciones de escarabajos. Decirlo así tendría su gracia, si no fuera por la seriedad del tratamiento temático, el levantamiento de una estructura ingeniosa, la sofisticación de los escenarios y la sobriedad de sus líneas, pulidas con un lenguaje cuidado en el exceso. Pero en Kazbek no todo es seriedad, y no precisamente por algún elemento interno en la trama o en los diálogos, sostenidos con la prudencia del caso, sino por su configuración externa, por esa intención lúdica de hibridar lenguajes.

Un artista llamado Peer confía a un escritor llamado Kazbek la labor de redactar textos sobre ilustraciones de escarabajos que escapan del país de los volcanes. El espíritu de Kazbek está preparado para escribir su Gran Novela, y el proyecto sugerido, en principio, lo desorienta. Kazbek busca un asidero para comenzar el encargo y en un arrebato por generar una tradición creada y no asumida o impuesta, invoca un inventario de las novelas de pequeño formato al cual poder aferrar su escritura y que imagina como el culmen de la perfección, una nomenclatura de la nouvelle, una breve historia de la historia breve (al decir de Adoum), una biblioteca portátil que cabe en una sola página.

No es difícil asimilar las correspondencias: Kazbek escribiendo sobre los escarabajos del señor Peer resulta ser el propio Leonardo Valencia redactando la novela con los dibujos del artista Peter Mussfeldt. Es sorprender a Valencia dentro del propio mundo que forjó. El autor como dador de vida, el escritor como hacedor. Y como todo buen demiurgo concibe criaturas que poseen el don de la rebelión. Por ello los bichos se escabullen de las páginas para insertarse en nuestra memoria.

Inmiscuidos en la novela, en apariencia Kazbek no es un libro fuera de lo común: una novela breve que enaltece la tradición de la novela breve. Pero pasadas sus páginas el asombro se evidencia al tropezar con criaturas que merodean por la historia, que agitan sus élitros y sus alas traseras de tanto en tanto para irse posando de un lugar a otro, cuando el autor dosifica la narración con la descripción imaginaria de las intenciones y destino de los bichos y ellos caminan sobre las hojas: nos sobresaltan y nos invitan a la extrañeza.

Como sucede en El libro flotante de Caytran Dölphin, los fragmentos que definen a los escarabajos escapan a la categorización: es poesía, pero algo más profano a la vez; es reflexión, pero que evade las pretensiones de los pensadores; es narración, pero adosada a una filosofía de la escritura.

¿Dónde está el límite de la ficción? Ilustrar un libro o textear unas ilustraciones. Aquí se agita el pantanoso terreno que pisa Valencia para hundirse en la ciénaga de las complejidades, en el amalgamiento de dos artes que le permite emerger renovado junto a dieciséis escarabajos como talismanes (a la manera de los antiguos creyentes egipcios) regurgitados de una garganta volcánica y que hace de Kazbek un libro irreverente.

Por mi parte seguiré desprendiendo a Kazbek de mi biblioteca cada vez que pueda, para que me acompañe en viajes o paseos, como un objeto transicional que me recuerda que los libros de pequeño formato también pueden ser invocados con fervor metafísico, como si fueran verdaderos amuletos de amatista.

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