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El reino de lo grotesco

Un hospital con tecnología moderna ha sido levantado en lo que antiguamente constituyó un lavadero blanqueador de prendas. El vapor que se desprendía del proceso había envuelto los alrededores en un ambiente de misterio. Sobre estos escombros se construyó el moderno edificio. Lo llamaron El Reino. Los mejores doctores trabajan en este respetado espacio, donde aparentemente no existe lugar para las supersticiones. Pero una presencia no material está por emerger. Desde los pasillos interiores de El Reino, una entidad acecha y provocará los cruces de historias que desembocarán en intensos dramas y en incidentes de horror.

La miniserie constó de dos temporadas de cuatro episodios cada una. La primera se estrenó en 1994 y la segunda en 1997.

Estoy hablando de Riget el serial televisivo de los noventa de Lars von Trier, donde caben personajes que destilan rareza, caracterizados por su humanidad al desnudo. Un reputado doctor recién transferido desde otra nación que intenta adaptarse a través de la envidia y el temor luego de haber errado en una intervención quirúrgica al dejar a su joven paciente en estado vegetativo. Un patólogo ególatra que experimenta con su propio cuerpo al permitir que crezca a extremos insospechados su cáncer de hígado. Una enfermera que quedó embarazada de una entidad sobrenatural, y que atiende con amor a su hijo deforme que empieza a crecer aceleradamente con una desproporción grotesca. Una pareja de jóvenes, hombre y mujer, con Síndrome de Down encargados de la limpieza de la cocina que dialogan proféticamente sobre los sucesos que están acaeciendo en el hospital.

El componente gore, los fenómenos sobrenaturales y el apelar a ciertas consignas espiritistas para tejer la trama (como la hechicería centroamericana, o la presencia de fantasmas y demonios muy humanizados) transforman a El Reino en una propuesta llamativa. Pero también el amor enfermizo, los celos, el odio, la envidia, parecieran ser las constantes en esta inusual miniserie.


Narrada con cámara en mano, con cortes inesperados y en una tonalidad sepia, al más puro estilo Dogma, cada episodio empieza con una presentación de El Reino como un lugar de leyendas y culmina con un comentario enigmático, entre poético e irónico, del propio Lars von Trier (corbatín incluido) en torno a la trama de cada capítulo.

Lo insólito y lo grotesco aunado a un drama profundo aunque por ratos hilarante, hacen de El Reino una serie pionera y de la que sin lugar a dudas provienen gran parte de los seriales contemporáneos de ficción.


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