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El experimento de la cárcel de Stanford


Quiero llegar al experimento del psicólogo Philip Zimbardo a través de la película de Kyle Patrick Álvarez, porque quizá refleje con carácter fiel la investigación conductual llevada a efecto en el año 1971 en el sótano del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos.

Por medio de un anuncio en el periódico se recluta a veinticuatro universitarios para que participen en una prueba. Todos son hombres, jóvenes, de raza blanca y saludables psicológica y físicamente. Se les ofrece una paga por día que será acumulada hasta cumplir las dos semanas en que culminará el estudio y se obtendrán los resultados necesarios.

Experimento de la cárcel de Stanford
Fotograma de la película de Kyle Patrick Álvarez.

El sótano es acondicionado de tal forma que simula una prisión real, con celdas con ventanas de barrotes, un estrecho salón de comidas, un pasillo a manera de patio y una bodega que es denominada el pozo, que será utilizada como cuarto de castigo.

Por una elección al azar se dividen a los participantes en dos grupos: uno de prisioneros y otro de gendarmes. A cada grupo se lo estimula con un rol. El de los guardias será hacer prevalecer el orden entre los reclusos; el de los prisioneros será acatar las disposiciones de los guardias, con directrices de sometimiento encaminadas a influir en sus psicologías para intentar despojar a los reos de su propia identidad. Si bien los primeros solo interactúan durante ocho horas al día (hay tres turnos de guardias), retomando luego del trabajo sus actividades habituales fuera del lugar de estudio, los segundos son recluidos permanentemente desde el momento en que los han arrestado en sus casas y trasladado a las celdas ficticias que poco a poco se tornarán reales para ellos, puesto que la habituación a la que son sometidos y las degradantes condiciones psicológicas de imposición y dominio los aclimatarán para sucumbir a la subordinación: se les confiscan sus lentes, vitaminas y cigarrillos, al tiempo que les brindan un vestuario incómodo para el frío y con forma de bata, y finalmente se los bautiza con una numeración a la que responderán como nombre propio.

El experimento de la cárcel de Stanford
Foto tomada del libro "El efecto Lucifer" del psicólogo Philip Zimbardo.

Las consecuencias de estar sujetos a presiones psicológicas y físicas se sienten de inmediato. No transcurren las primeras cuarenta y ocho horas cuando los reclusos permiten vejaciones por parte de los guardias, quienes al notar su posición de dominio incrementan la frecuencia y el rango de los castigos con los que subyugan a los aparentes convictos: los obligan a realizar ejercicios de forma excesiva, no permiten que duerman lo necesario, los humillan con insultos y finalmente los golpean con los toletes para luego confinar a los más rebeldes en el pozo, todo esto ante la mirada impávida de Zimbardo y su equipo de psicólogos, quienes monitorean el proceso a través de cámaras ocultas.

En medio de esta situación estallan las individualidades y no falta el atrevido que angustiado por su situación existencial proponga una rebelión, consiga seguidores e intente hacer frente al abuso de los verdugos. Los tres guardias no consiguen controlar a los amotinados y solicitan la ayuda de los colegas de otros turnos, quienes estimulados por la necesidad de dominación que les brinda su rol se ofrecen en trabajar horas extras, incluso sin necesidad de que les remuneren. Como es de esperar, los focos de insurgencia son apagados y los rebeldes enclaustrados en el pozo.

Se da un caso excepcional: uno de los presos, que ha liderado la sofocada sublevación, consigue presionar al equipo de psicólogos para que lo liberen amenazando con tomar acciones legales.

Pese a esto, los demás internos no siguen el ejemplo, y por el contrario, la sumisión se torna más marcada. El reo liberado es reemplazado de inmediato por un joven que al notar las condiciones insalubres del sitio empieza su estadía proponiendo una huelga de hambre que la mantiene individualmente, sin lograr que nadie lo acompañe. Uno de presos manifiesta, entre la última barrera de lucidez, totalmente absorbido por su papel de reo, que estaría dispuesto a renunciar toda la paga por beneficiarse con la libertad condicional.

Los abusos llegan a su máxima expresión cuando un grupo de guardias incita a los reos a realizar acciones sexuales a través de la ropa.

Las situaciones, como es evidente, se han salido de control y Zimbardo, pese a mantenerse empecinado en que las interacciones están siendo un éxito, al verse presionado por su equipo de trabajo, decide terminar el estudio. El experimento, pensado para dos semanas, no ha durado seis días.

Imagen publicitaria de la película de Kyle Patrick Álvarez.

Muchos aseguran que el experimento de la cárcel de Stanford fue un fracaso, otros lo ven como un paradigma de los estudios conductuales. Quizá, como con todo en la vida, no habría que ser tan maniqueos, y este polémico estudio de las ciencias psicológicas deba ser tomado como una fuente de enigmas que estimule nuestra curiosidad para intentar comprender qué somos como seres humanos.

Entran las variables a considerar: el corto número de participantes para la muestra, la escasa posibilidad (por lineamientos éticos) de reproductibilidad y repetibilidad de la prueba, cómo se hubiesen comportado si los sujetos de análisis hubiesen sido mujeres, qué hubiese pasado si encerraban a personas en ambos grupos de otras razas y etnias, cómo habrían actuado los guardias si hubiesen asumido su rol por tiempo completo (como los reclusos), ¿hubiesen mostrado sentimientos de solidaridad al convivir con los reos o se hubiesen transformado en personas más déspotas?

El experimento
Imagen de la película "El experimento", versión estadounidense del film homónimo de Oliver Hirschbiegel.

Inspirado en los resultados del estudio, el director alemán Oliver Hirschbiegel rodó su aclamada cinta El experimento que tuvo una versión estadounidense (con Adrien Brody y Forest Whitaker en los papeles protagónicos) en la cual, siguiendo el caso real, se confina a un grupo de personas en una prisión ficticia. Menos centrada en los procesos mentales, esta historia está dosificada con componentes ficcionales y filosóficos.

Quizá podamos llamar despiadados o faltos de ética a estudios psicológicos de esta naturaleza, quizá podamos catalogarlos como fracasos por no haber podido abarcar con resultados menos oscuros y en una mayor dimensión las conductas que nos rigen, pero una cosa nos ha dejado en claro: lo que llamamos naturaleza humana, sometida a situaciones extremas, nos convierte en mártires, héroes o verdugos.


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