- Diego Maenza
- 15 feb 2019
- 4 Min. de lectura
Andrés Chávez Corral es autor de Los primeros siete pisos, libro de relatos publicado en su primera edición en formato digital a finales de 2018. Contacté al escritor para conversar acerca del libro, sus motivaciones y personajes, sus temáticas e influencias. Este es el resultado de nuestro diálogo.

En el libro empujas a los personajes a situaciones límites que deberán enfrentar no siempre con éxito. ¿Trabajaste desde tu experiencia personal o crees que el escritor debe ser lo más objetivo posible con respecto a sus personajes?
Creo que el cuento debe aumentar su intensidad en proporción a su extensión... La mayoría de los cuentos son lineales, y aunque mis favoritos son los episódicos, jamás he podido escribir ni uno ni el otro sin trabajar desde la experiencia. Por causa y efecto, mis vivencias negativas en la vida real las suelo representar como si fueran enigmas apocalípticos: intento hallarles una solución contratiempo (debe ser por mis desniveles de ansiedad). La diferencia está en mis personajes; tienden a ser más interesantes que yo al igual que sus problemas en comparación a los míos.
Tus personajes masculinos son hombres derrotados o que cometen una grave falta. Tus personajes femeninos, por el contrario, se muestran luminosos y son de cierto modo la constante en el accionar de lo narrado, ya sea cuando están presentes como en Cizañera, o en la ausencia como en Retrato amaneceres o Madre como ninguna. ¿Cómo trabajaste estas dualidades?
Las mujeres, a mi parecer, son los personajes más interesantes de los que se puede escribir y leer, ya en los libros, o en el cine, o en las calles y restaurantes. Mi problema es que no importa cuánto las observe, cada vez las comprendo menos, como para poder representarme dentro de ellas.
Por otro lado, me conozco como hombre y creo interpretar correctamente las personalidades de otros hombres; en varios casos porque solo hace falta estar en privado para soltarnos con más facilidad y ponernos en los zapatos de otro, sin dejar de ser nosotros. Entonces diría cualquier cosa y sería natural, porque mi mente funciona de este modo... Estamos hechos en molde.
Sin embargo, una mujer es más enigmática y cuando leo a mujeres que escriben sobre otras mujeres me parece que yo no podría hacer eso. Debo verlas forzosamente de lejos, de un cuerpo a otro, sin pretensiones, haciéndolas objeto-sujeto de deseo, como si alcanzarlas, ya en la vida o ya en la muerte, fuese el fin último, aunque todos sabemos que no es cierto, que cuando llegas a una, solo ocasionas que el enigma apocalíptico se prolongue más, y el deseo se transfigure en el sentimiento que mejor convenga para la historia.
O las tienes cerca, o las miras de lejos, pero siempre están presente en mi vida.
Tu libro está impulsado por el juego de máscaras. ¿Fue intencional buscar este efecto?
Totalmente, y me alegro de que lo hayas descifrado como lector y escritor. Aquel recurso, así como el recurso de fuga, fueron los más presentes en mis relatos. El otro, los espejos.
El último relato del libro, Legión, por momentos hace pensar en Borges y su cuento Las ruinas circulares; no obstante, le aportas un giro psicológico que deviene en la sorpresa. ¿Cómo concilias esta dinámica de encaminar la realidad hacia el asombro y convertir el cuento en una narración que asume el lector con naturalidad?
Inspiración en el mismísimo Borges y el apuro de acabarlo. Lo cierto es que el final, para mí, tenía dos posibilidades. La que elegí la elegí porque la escribí. Si hubiese escrito la otra primero aquel giro (diferente) te hubiese hecho pensar en otro autor de similar prestigio que el tipo de los laberintos. Quizá uno que persigue su cola durante horas.
¿Cuánto tiempo tardó en gestarse Los primeros siete pisos?
Tres cuentos (Pirómano, El quinto piso y Retrato amaneceres) fueron hechos en algún momento entre el 2015 o el 2016. Pertenecían a otro grupo de cuentos iniciales que aún conservo por melancólico. Sin embargo, vi la oportunidad en varios de ellos de usarlos para esta edición. En realidad, a partir del espíritu de estos tres, pude escribir los otros cuatro desde la última semana de septiembre hasta la última del mes de octubre.
¿Quiénes son tus referentes al momento de pensar en el cuento como género de expresión literaria?
Diría que Borges, Octavio Paz y Bolaño. Me gustan sus estilos.
¿Y con la literatura en general, quienes son las escritoras o escritores que sigues?
Me gusta de todo un poco. Unos autores me gustan más que otros; pero son tantos que tardaría en recordarlos, e injusto con los que olvide. En toda literatura hay algo bueno y malo. A mí me gustan ambos aspectos. Soy perfectamente capaz de tolerar una narrativa pura, meramente indicativa, como si las acciones fueran lo principal, y las decisiones o meditaciones lo accesorio. Lo mismo en viceversa. No me molesta o adoro un escritor en particular; aunque si me preguntas de cuál autor tengo más libros en mi lugar de escritura, te diría que de Bolaño. De él lo tengo casi todo, excepto su estilo... Su estilo murió con él.
Los primeros siete pisos es tu primera obra publicada y con la cual muestras tu trabajo. ¿Luego de la publicación y ya lanzado al ruedo, crees que ha cambiado en algo tu perspectiva como escritor?
En lo absoluto. Siento que aún no he alcanzado ninguna de mis metas como escritor como para sentirme diferente al respecto. Quizá con el tiempo pueda definir una nueva sino evolucionada forma de apreciar el producto de mi esfuerzo; además de una ligera, sino ridícula esperanza de que aquel año será más mi año que el año anterior; espero que eso cambie poco a poco: lo de una esperanza ridícula por un resultado verdadero.
¿Qué te motivó a publicar tu libro en espacios digitales?
Falta de capital para invertir en una producción física. Además, que perdí una apuesta conmigo mismo. No tuve más opción que cumplirme.
¿Tienes algún proyecto en proceso?
Actualmente estoy reeditando Orificios y Yumbina, escribiendo una nueva colección de cuentos y avanzando en una nueva novela, cuyo nombre aún no se me manifiesta, pero que va de hambre y desasosiego, de ruinas y libertad. Todas tres novelas irán a modestos concursos literarios este año. La nueva colección de cuentos será publicada vía Amazon, así como su predecesor. Estos en cambio, conllevan un estilo realista. Quizá, al terminar, sean lo mejor que haya escrito hasta la fecha. De lo contrario habrá más cuentos y más años, si me mantengo vivo lo suficiente.
Los primeros siete pisos se encuentra disponible en Amazon.
Página web oficial del escritor:
- Diego Maenza
- 5 feb 2019
- 3 Min. de lectura
Su verdadero nombre fue Thomas Lanier Williams III. Representó obras en Broadway, que fueron llevadas rápidamente al cine. Retrató a pequeñoburgueses marginados y fracasados de la sociedad sureña estadounidense, agobiados por el alcohol y por una oscura carga de fracaso sexual, temas que, se sugiere, encarnan parte de su vida. En sus escritos tuvo un peso enorme el teatro de Strindberg, Chéjov y O'Neill, las obras de Lawrence y Faulkner, su propia vida.

Oscilando en las 50 obras, el teatro de Williams hace acopio de las propuestas estéticas ya refrendadas por el simbolismo de O'Neill y las muestra bajo una lente menos simbólica y más apegada a sucesos cotidianos presentados con una fuerte carga de un pasado que marca.
A streetcar named desire (Un tranvía llamado deseo), narra la historia de una mujer sumisa que convive con su esposo dominante. Una hermana de ella, para nada conservadora (desequilibrada y alcohólica) llega a cambiarles la vida.
Stella Kowalski, de carácter sumiso y conservador, sueña con horizontes desconocidos pero su consuetudinaria obligación marital le muestra los límites de su existencia.
Stanley Kowalski, hombre dominante, marido de Stella, siente un irresistible deseo hacia su cuñada Blanche que está de visita, al extremo de que abusa físicamente de ella.
Blanche du Bois, alcohólica, con un pasado turbio, llega a Nueva Orleans para intentar redimir una parte de su vida; todo esto sin conseguirlo.
El deseo como metáfora de la existencia es uno de los temas más evidentes en esta obra.
Es necesario no soslayar el encuentro chocante entre dos clases sociales: un proletario con la masculinidad sobrecargada y una imitadora de burguesa que posee un pasado que la condena. Extraño pero no improbable dueto.
Cat on a hot tin roof (La gata sobre el tejado de zinc caliente), nos sumerge en la desdicha de dos seres insatisfechos que son condenados a permanecer juntos.
Brick, un ex deportista, ha buscado refugio en el alcohol debido a la muerte de su amante, un amigo con el cual guardaba una estrecha y secreta amistad. Margaret, su mujer, lucha porque el amor de éste, intentado que abandone su pasado.
Gooper es el hermano de Brick, personaje que jalonea la obra hacia los predios de la ambición ya que muestra su interés por la plantación del padre. Es llamativa la imagen de Edith, mujer de Gooper, en cuyas palabras resuenan ecos de Lady Macbeth.
El abuelo, padre de Brick y Gooper, está enfermo de cáncer y decide en contra de toda lógica depositar su herencia en el alcohólico de la familia, por lo cual, al converger todos estos personajes, se produce una polémica con tintes de inminente contienda.

La avaricia, el pasado como tormento, el amor que lucha pese a no ser correspondido, el alcohol como método de evasión, son los temas recurrentes de Tennessee Williams.
En comparación con Un tranvía llamado deseo, tendríamos:
El pasado como tormento y el alcohol como método de evasión:
En Brick, quien luego de la muerte del amante (un ex compañero de deportes) no deja de pensar en una culpa que asume.
En Blanche (de Un tranvía…) y su afán de redimirse.
El amor que lucha frente a la no correspondencia:
En Margaret, que pretende hacer olvidar a Brick del amor que siente por su amante muerto.
En Stella (de Un tranvía…), que ama y sufre por Stanley a pesar de sus maltratos.
Y en una comparación extraliteraria, juntándola a la canónica Deseo bajo los olmos de O'Neill, tendríamos como tema la avaricia.
La desesperación de Gooper y Edith por hacerse con la herencia en correspondencia con el deseo de posesión en Eben y Abbie (en Deseo bajo los olmos) por la propiedad del viejo patriarca.
En referencias temáticas esta obra de Williams se complementa con ya aludida y se alimenta de la tradición teatral de O'Neill, de quien se sirve para elevar la avaricia y ambición hacia una categoría de lecturas más complejas.
- Diego Maenza
- 24 ene 2019
- 5 Min. de lectura

Lo mejor de Roma, película de Alfonso Cuarón, está en sus contornos.
Empiezo por las proximidades estructurales: desde la secuencia de arranque cuando el vaivén hipnótico de la limpieza del piso forma las pequeñas olas de agua con detergente y las burbujas limpian los excrementos de la mascota al tiempo que reflejan un avión que sobrevuela la ciudad, hasta la escena resolutiva cuando Cleo, la protagonista, que ha confesado que no sabe nadar, se arroja desde la playa para salvar a unos pequeños de las aguas marinas, la amplitud de la propuesta estética sobrepasa toda la historia que contiene estos extremos. En el inicio hipnótico y en el final de tensión, que con cámara estática mantiene fuera de foco a los protagonistas y elude el drama fácil, Cuarón se ha planteado escribir para la historia del cine una propuesta tan personal y diferente que es imposible no aplaudir.
Pero también analicemos las otras aristas de Roma, esta vez desde los enfoques del director. Como bien se ha visto, mientras en los primeros planos se desarrolla la aparente historia principal, es en los contornos donde notamos el silencio expectante de los demás personajes que consolidan sus dramas particulares. Lo profundo subyace en el fondo, en los segundos planos; por ejemplo, cuando se enfoca al extranjero que entona una canción noruega mientras detrás se perciben las siluetas activas y nerviosas de los circundantes al apagar un pequeño incendio forestal, o cuando los jefes de la familia, apático uno, desesperada otra, se despiden al comienzo de la película y tras ellos notamos que es Cleo quien brinda al niño la comprensión que sus padres no le ofrecen, o cuando la cámara cede el protagonismo a las olas e ignora el rescate que realiza Cleo.

No se puede eludir el roce histórico y de esta forma vemos desfilar uno de los conflictos políticos de vital importancia en la historia mexicana como el Halconazo que trae a la memoria la represión de estudiantes por parte de un grupo paramilitar. Es idóneo destacar además el mérito de Cuarón al recrear con fidelidad escenarios de inicios de los años setenta.
El perímetro crítico también nos ayuda a comprender la historia. La mayor parte de la crítica, y en buena hora que sea así, está enfocada en la construcción de la película, en la calidad de las tomas, en la pureza de la fotografía, y me resulta agradable aquello porque se celebra el buen arte. De hecho, es por estas cualidades que Roma está siendo premiada en todo el mundo. Lo que siento que se desprecia es la trama, que también cuenta en una historia, y percibo que en Roma de cierto modo deliberado se trata de ignorar a Cleo, que es un personaje en construcción, que acaba la película y no termina de construirse, no solo ella como personaje, sino su drama pues la película no refleja de manera completa esa exclusión a la que se ve abocada, que Cuarón la canaliza desde una perspectiva muy condescendiente y se muestra cauteloso de no pecar en el ataque directo pues denota que la clase media alta confraterniza de manera pacífica con sus sirvientes y es una realidad contada a medias. Entiendo que no es la motivación de ningún film el hacer panfleto, pues esa no es la consigna de ningún arte, pero en los planteamientos estéticos tanto peca el maniqueo como el que se hace de la vista gorda y por no aflojar un visión más directa deja a medias la construcción de un personaje. Cuarón trastabilla no porque evite una denuncia frontal, que al final del día quedaría fuera de tono, sino porque no cumple con satisfacer la plena creación dentro de la ficción (y entíendase que no trato de decir que la ficción deba emular la realidad, postulado que me parece absurdo), del mismo modo que, puestos a ejemplarizar, el personaje que interpreta Sean Penn en El árbol de la vida de Terrence Malick no termina de despegar en dicho film, o como no termina de convencernos la motivación exagerada del esposo quebrado económicamente en Bailando en la oscuridad de Lars von Trier, lo que no significa que estas películas fracasen por estos detalles o que su piso argumental se derrumbe. Considero que hacer este tipo de objeciones es saludable, pues convierte a la historia en creación humana, imperfecta aunque sublime, y nos evita el alago ciego o la crítica servil.
Hago la aclaración de que es el personaje de Cleo quien no llega a satisfacer del todo, mas no la interpretación de Yalitza Aparicio que resulta muy completa y en ciertos momentos de una sutileza admirable. Y remarco los contornos de Cleo porque también me resultan importantes. Centrándonos en las motivaciones de Cleo, el personaje primordial, el filósofo Žižek, siendo optimista, ha manifestado que luego de todas las situaciones mostradas por Cuarón, Cleo resurgirá y tomará consciencia. Me declaro menos entusiasta pues considero que Cleo normalizará mucho más su relación de sumisión al ser aceptada por sus patrones. Del resto, está de más decirlo, Roma es de una estética impoluta y contra eso no hay nada que hacer, mucho menos achacarle consideraciones que no atañen a la razón de ser de la historia, del mismo modo que sería cuestionable que analizáramos Roma desde un filtro psicoanalítico, histórico o antropológico, como si en lugar de una película de ficción se tratara de un documental.

Ahora pasemos a observar Roma enmarcada en los filmes de Cuarón. Tanto Hijos de los hombres como Gravedad, otras dos de sus películas de éxito, han sido diseñadas para satisfacer a las masas. La mejor película de Cuarón antes de Roma ha sido Y tu mamá también, en la que sí existe ese interés de riesgo que ha retomado en Roma. Sus otros trabajos, incluido Gravedad se acercan más a las películas dirigidas desde lo comercial, y esta última incluso despegó en la vorágine de las películas del espacio. Por otra parte Hijos de los hombres es una película que no decepciona, pero continúa sin desprenderse de ese halo de producto de Hollywood que sigue atormentando a la generación de Cuarón.
Los contornos en cuanto a la proyección y recepción de la película también son analizables. Cuarón ha pretendido hacer una película personal y la ha lanzado al mundo con una acogida impresionante tanto de los críticos como del público. ¡Y vaya que ha generado pasiones! Ha puesto a debatir a los adeptos más fieles, a los detractores más acérrimos e incluso a los indiferentes más silenciosos, y eso, en cultura, también es un mérito.
Roma tiene muchos contornos y hay que explorarlos todos, desde los personajes, las tomas, la recreación de escenarios, la propuesta histórica, el planteamiento estético. No tiene por qué resultar satisfactorio condenarla solo por un aspecto y enfocarnos en ello hasta el hartazgo, del mismo modo que considero poco saludable el extasiarse en sus aciertos, que son muchos, y hacer caso omiso de aquellos pequeños desniveles.
Finalmente acoto: en términos estéticos Roma ha sido lo mejor que ha hecho Cuarón desde Y tu mamá también. En buena hora para Cuarón. En buena hora para la filmografía latinoamericana. En buena hora para el cine.